miércoles, 29 de septiembre de 2010

Claire, Rona y Tan y otras chicas de Taiwán

Por Sopenilla
A simple vista, podría tratarse de un asunto turbio: tres chicas de Taiwán en mitad de la meseta castellana. Uno echa una ojeada a cualquier guía turística y, aparte del lechazo y el vino de Ribera, rápidamente empieza a sospechar que puedan darse otros motivos fundados para aterrizar en la ciudad del conde Ansúrez. Por suerte, el fútbol nos evita de tener que ser malpensados ofreciéndonos una justificación mucho más elevada: ¿nuestro idioma? No, la Superliga femenina.

Siendo exactos, todo comenzó con el enésimo acto de claudicación de Carlos Suárez ante Roberto Olabe. El otrora director deportivo, el mismo cerebro sobre el que gravitó la idea de importar la liga de filiales inglesa, decidió aceptar la invitación de la RFEF a participar en la máxima categoría de nuestro fútbol femenino. El prurito de sumarse a la causa conllevaba un único pero: la creación obligada de una cantera de jugadoras, algo que por entonces no pasaba de ser un solar en Zorrilla.

Sobre Ricardo Coque, uno de los empleados fieles y solícitos de la entidad pucela
na, recayó el marrón de sacar un equipo de la nada. Lógicamente el hombre hizo lo que pudo. Configuró una plantilla con arreglo a lo que sobresalía en el circuito amateur castellanoleonés y la puso a competir. El resultado fue una primera temporada tan digna como discreta, en la que las chicas entrenadas por Paco de la Fuente sumaron 11 puntos pero ninguna victoria.

De todo eso hace ahora más de un año. Acongojados por la idea de revivir el miedo escénico sufrido a lo largo de los últimos doce meses, los responsables del Real Valladolid Femenino tuvieron la feliz iniciativa de recurrir al mercado extranjero. En medio del scouting apareció Pepe Chou, taiwanés residente en Madrid ligado a las oficinas de los Anexos desde que su hijo Víctor militara en las categorías inferiores del conjunto blanquivioleta.

Su vástago no pasó del juvenil, pero lo cierto es que, por una u otra razón –quizá la natural simpatía que despiertan los orientales–. la relación de los Chou con el Valladolid salió fortalecida. Muchos todavía piensan que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Porque sólo así se explica que, en este caso, el interés mutuo en el bien ajeno aconsejase al progenitor, fotógrafo de profesión, asumir como propia la tarea de reforzar el equipo femenino.

Un representante filantrópico

Casualidades de la vida, el nivel del fútbol asiático femenino es superior al del masculino, hasta el punto de que, incluso el pequeño Víctor, recibió la llamada de la selección absoluta con tan solo 17 años. En el momento que en Zorrilla fueron conscientes de que su padre tenía entrada en la federación taiwanesa, la búsqueda se dio por finalizada. La isla de Formosa sería el vivero y Pepe Chou el intermediario. Eso sí, un agente –según fuentes del club– “muy curioso, porque no tiene ningún interés económico”.

De momento, la buena predisposición de Chou ha propiciado que tres jugadoras del lejano oriente hayan decidido apostar por el mercado europeo. Teóricamente el club no las ofrece contrato en vigor, dado que por estos lares el fútbol femenino todavía no ha alcanzado la profesionalidad. Sin embargo, según apuntan –en la intimidad y off the record– algunas de sus compañeras, el escaso presupuesto que se dedica a la sección femenina –incapaz de incluir una partida para una segunda equipación– se lo llevan las galácticas asiáticas bajo el concepto genérico de manutención.

La primera en hacer una prueba en España fue Claire (Lin Man-Ting). Al técnico le sobró un par de entrenamientos para comprobar que su nivel estaba por encima del resto. Tras resolver los flecos burocráticos con su país de procedencia, la mediapunta internacional se incorporó al RVF. Con independencia del progresivo margen de mejora que el equipo experimentó desde su debut liguero, la llegada de Claire a la vuelta de navidades hizo que los primeros puntos en el casillero no tardaran en aparecer.
La experiencia de su compatriota animó a Rona (Hsiao Chuan-Chen) y a Tan (Tan Wen-Lin) a seguir sus pasos. De este modo, bastó una llamada de su federación para que ambas recalaran a orillas de Pisuerga el pasado mes de abril, conocieran la ciudad, se dejaran seducir por sus encantos –gastronómicos y culturales– y fueran fichadas con la misma inmediatez que su predecesora.

Como cabría presuponer, la aventura de las chicas de Hualien no ha pasado inadvertida en su patria. La cadena Sanlih News reparó en su historia y las convirtió, hace un par de semanas, en protagonistas de uno de los capítulos de su programa "The Borderless World”, su particular versión de “taiwaneses por el mundo”. Al fin y al cabo, y exotismos al margen, habrá que convenir que también en el fútbol femenino las fronteras –cuando menos, las físicas– han desaparecido.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Auxerre: del Mariscal de Hierro al Capitán Bujarrón

Por Halftown
Un sitio sin mayor historia, donde el mercurio pocas veces sube más allá de la marca de veinte grados, los inviernos se pasan entre botellas de Chablis y los jugadores de fútbol pocas veces se atreven a abandonar la manga larga. Quizá es por eso que en la ciudad se estilan los caracteres fuertes, como el de la estatua que domina el centro de la ciudad: Louis Nicolas Davout. Un personaje conocido como “El Mariscal de Hierro” o el más entrañable “La Bestia”. Un mariscal invicto después de ir a la guerra con Napoleón contra Prusia, de conquistar Egipto, de hacer de coche escoba mientras volvían cabizbajos de Rusia y de evitar la conquista de París después de Waterloo. Un tipo al lado del cual el caballo de Espartero es Mi Pequeño Pony.

Hace falta mucho carácter para sobrevivir en Auxerre. Quizá es por eso que, a la hora de contratar extranjeros, el AJA Auxerre casi siempre se haya decantado por jugadores polacos. De hecho, sólo dos jugadores sudamericanos han jugado en el club, y uno de ellos, el brasileño Marcos António Elias Santos sólo aguantó diez partidos antes de marcharse al sol de Grecia.

En Auxerre casi nunca pasa nada. Sólo así se explica que el club mantuviese a su entrenador durante 44 años en el cargo. Guy Roux, uno de esos entrenadores a la antigua, mitad míster, mitad pater familias, llevó a un club de pueblo hasta lo más alto del fútbol francés. A partir del ascenso a la primera división en 1980, Roux tejió una red de ojeadores desde Marsella hasta Lille que le permitió importar a jugadores como Martini, Dutuel, los hermanos Boli o Éric Cantona. El que años después sería King Éric al otro lado del paso de Calais aterrizó en el estadio Abbé Deschamps como una promesa marsellesa de 17 años. Roux, que le describía como un jugador caractériel –de carácter cambiante y/o violento-, fue junto a Ferguson el único entrenador que supo gestionar a Cantona. Cinco años después, Éric fue contratado a golpe de talonario por el Olympique de Marsella de Bernard Tapie, ya convertido en estrella mediática e internacional con los bleus.

Las mejores páginas de la historia del Auxerre están escritas por Guy Roux. Aunque sobre el papel la gran hazaña auxerroise es la conquista del doblete la temporada 95-96, para los aficionados más veteranos no hay nada que se pueda equiparar al 3-1 que le endosaron al Milan pre-Sacchi en primera ronda de la UEFA 85-86. Aquella noche, un Milan con Baresi, Maldini y Tassotti en el campo vio cómo los delanteros franceses les remontaban un gol tempranero. La victoria se celebró en Auxerre como si del título se tratase. La huella emocional es tan profunda, que pocos recuerdan que, en San Siro, el Milan les acabó echando de la competición.

Estrellas y bujarrones

Hasta 2010, el Auxerre ha participado en dos ediciones de la Champions League. En la primera, en el 96, un equipo con Saïb,
Lamouchi, Diomède y el nigeriano Taribo West tumbó al Ajax de Van Gaal en su propia casa, y acabó eliminado en cuartos por el Borussia Dortmund, futuro campeón. En su segunda participación, en 2002, el Auxerre no pasó de la primera fase, pero antes tuvo tiempo de ganarle a la mejor versión de los gunners de Arsène Wenger, con gol incluido del senegalés cleptómano, Khalilou Fadiga.

Hoy ya no está Guy Roux, y el Auxerre ha dejó de ser hace tiempo la mejor cantera de Francia. Ahora, su capitán es Benoît Pedretti, un antiguo aspirante a Zidane que se ha quedado en Deschamps de serie B. No hace muchos años fue futurible del Madrid –siempre según la infalible prensa deportiva madrileña- y tras fracasar en Marsella y Lyon, en Francia se hizo célebre al ser tratado de petite tarlouze (pequeño bujarrón) por el presidente del Montpellier en directo por Canal Plus. En Auxerre, donde si le faltara una pierna seguiría siendo titular, Pedretti es por fin feliz.

La otra estrella local es el recién llegado Anthony Le Tallec, otro underachiever rebotado de Anfield que no hace mucho gimoteaba en la revista francesa So Foot: “Fernando Torres me ha robado mi vida”.

Será para que sus blanditas estrellas se sientan a gusto que Airness, la marca que viste al AJA, ha creado una camiseta a medio camino entre el tartan escocés y el vestuario de Tron. Nadie embutido en semejante maillot puede aspirar a digno heredero de
los Davout, Roux o Cantona. Aunque a tipos como Pedretti y Le Tallec palabras como ambición, orgullo o gloria no les suenen de nada.

jueves, 23 de septiembre de 2010

De equipo milagro a equipo maldito

Por Halftown
No han pasado tantos años, y sin embargo 1987 parece muy lejano. Fue en ese año que U2 publicó The Joshua Tree, y también fue entonces cuando la televisión americana se tiñó de amarillo Simpson por primera vez. El amarillo es también el color del submarino original, el mismo club que acaba de celebrar su centenario hundido en Segunda B: el Cádiz C. F.

Eran tiempos de dos cadenas de televisión y un solo equipo en Copa de Europa. Los únicos clubs con pay per view eran los de striptease. Aquella temporada la liga, entonces de 18 equipos, se acordó dividirla en tres liguillas al acabar la jornada 34: una por el título, otra para conseguir plazas en la Copa de la Liga, y una tercera para evitar el descenso. Mientras las volteretas de Hugo se llevaban por poco el título ante el Barça de Lineker, por abajo la cosa estaba más clara: se iban al hoyo Osasuna, Racing y Cádiz.

A la corrupción le llaman picardía

El Cádiz, que había sustituido a su entrenador por David Vidal, no sólo quedó último en la fase regular, sino que también acabó colista en el playoff para evitar el descenso. Fue entonces cuando Manuel Irigoyen, presidente del equipo gaditano desde 1978 y directivo de la Federación Española de Fútbol, se plantó en la sede de la LFP y echó un órdago al presidente Antonio Baró: dado que la Liga había aprobado la ampliación de la primera división a dos equipos más, hasta veinte, Irigoyen consiguió que sólo descendiese un equipo.

Hasta aquí la historia es extraña, pero lo que la convierte en extraordinaria es que Irigoyen logró convencer a todo el mundo de que lo más justo era que dicha plaza de descenso no fuera para el último –su club-, sino que se echase a suertes en una eliminatoria a cara de perro entre Osasuna, Racing y Cádiz. Además, después de cada partido se acordó jugar una tanda de penaltis para romper posibles empates a puntos. Lo que en su momento se achacó a la habilidad negociadora del presidente cadista –picardía, lo etiqueta la historia- no es sino otra corruptela del mundo del fútbol. Sea como fuere, los presidentes de rojillos y verdiblancos debieron de salir de aquella reunión con el alma en los pies.

El primer partido fue un empate a uno en el antiguo Sardinero entre Racing y Cádiz. En la tanda de penaltis, los santanderinos ganaron 4-3. El siguiente partido era una final para el equipo gaditano: recibían en casa al Osasuna de Michael Robinson, y la cosa acabó con idéntico resultado: 1-1. La tanda de penaltis era básica, porque si ganaba Osasuna, un empate a nada en el tercer partido mandaría al submarino al fondo. Al final, el Cádiz metió más balones en el fondo de la portería, y el Sadar se encargó de garantizar que el descendido fuera el Racing.

El submarino se mantuvo a flote varias temporadas más a base de penaltis imposibles, promociones de infarto, salvaciones en el alambre y un largo etcétera, hasta que su presidente -el mismo que se las había ingeniado para salvarle- abrió una vía de agua al dejarlo en manos del ayuntamiento primero y de Jesús Gil después. El equipo perdió dos categorías en dos años, y desde su caída en el 93, en el Carranza sólo se ha visto fútbol de Primera una temporada. Será la factura divina por la sobredosis de milagros.

Después de consumarse un nuevo descenso el pasado mes de junio, la afición amarilla se agarró al clavo ardiendo de la compra de partidos del Hércules para evitar celebrar su centenario en Segunda B. Lamentablemente para ellos, de Manuel Irigoyen apenas queda en Cádiz el nombre de una peña y un complejo deportivo municipal.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Eslovaquia, capital: Zilina

Por Halftown
El MŠK Žilina se pasó casi cincuenta años en la liga checoslovaca, incapaz de competir de tú a tú con los grandes equipos de Praga: Sparta, Slavia y Dukla. Desde la pacífica disolución de Checoslovaquia, sin embargo, el Zilina fue enviado a competir en la liga eslovaca, la Corgoň liga, y mutó poco a poco en cabeza de ratón: en dieciséis temporadas, el club ha acumulado cinco títulos de liga y tres subcampeonatos.

Hace cuatro años, el Zilina se coló en la ronda previa de Champions. El último equipo que se interponía entre ellos y la máxima competición europea era, cómo no, checo: después de dos empates a cero, fue el Slavia de Praga el que se clasificó por penaltis.
Al año siguiente, el Zilina se hizo un hueco en la fase de grupos de la última Copa de la UEFA. En un grupo con Hamburgo, Aston Villa, Ajax y –otra vez- Slavia de Praga, el Zilina logró tres puntos históricos en Villa Park. La victoria no les sirvió para avanzar a la siguiente ronda, pero sí para acabar penúltimos de su grupo, por encima de su archienemigo checo.

Después de dos años sin llevarse el título eslovaco, en 2009 aterrizó en el estadio Pod Dubňom (poco más grande que El Malecón de Torrelavega) Pavel Hapal. Hapal, antiguo zurdo talentoso que pasó por el Tenerife a mediados de los 90, consiguió sumar tres puntos más que el vigente campeón, el Slovan Bratislava, y dio al Zilina una nueva ocasión de participar en la Champions. En las rondas preliminares, esas que se juegan en el único momento en que Europa da la espalda al fútbol, los eslovacos dejaron fuera al Biorkirkara maltés y al Litex Lovec búlgaro. El problema: una vez más un equipo checo se imponía en su camino. El Sparta, en esta ocasión, no fue rival para los chicos de Hapal: tras conseguir un 0-2 en Praga, los eslovacos remataron la faena con un 1-0 en casa. Los tres goles fueron obra del mismo jugador, el nuevo héroe de Zilina: Momodou Ceesay.

El delantero del país sin fútbol

Ceesay es un delantero inesperado. Primero, porque nació en Gambia, antigua colonia inglesa y probablemente uno de los pocos países del mundo que no invitan a pensar en un jugador de fútbol. Su selección, de hecho, ni siquiera ha participado aún en una Copa de África de adultos.

Apodado Zico en su país, Ceesay es un chaval de 21 años que roza los dos metros, una especie de cruce de Nikola Zigic e Iman, la mujer de David Bowie. Después de salir campeón de Africa, de hundir a la Brasil de Anderson y Denilson en el Mundial sub-17 y de superar una lesión de rodilla, Ceesay acabó en las categorías inferiores del Chelsea. Poco le duró el sueño londinense al delantero africano, y tras Stamford Bridge se pasó dos años sin meter un gol en el Westerlo belga, que acabó cediéndolo al Zilina el pasado verano. Y en Zilina, el lugar más insólito para que un delantero gambiano se haga un hueco en el fútbol europeo, Ceesay ha explotado. Después de dos años sin ver puerta, sus goles en el último mes y medio le han colocado al frente de los favoritos para al mercado de invierno. Así se escribe la carrera de un delantero.

El miércoles debutó el Zilina frente al campeón inglés. Como en un cuento de Andersen, Ceesay tenía la oportunidad de desquitarse con el equipo que le rechazó. Al final, el Chelsea sacó los tanques a la calle para pasar por encima de las ilusiones del Zilina. Los eslovacos, eso sí, dejaron para el recuerdo su primer gol en Champions: un regalo del meta de los blues. Acaso porque cuando nació Peter Cech, Chequia y Eslovaquia aún eran el mismo país.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Los juguetes rotos de Arsène Wenger

Por Halftown
Que Arsène Wenger ha transformado al Arsenal no lo cuestiona nadie. En las terrazas de Highbury antes y del Emirates ahora ya nadie canta el clásico One nil to Arsenal. Cuando Wenger aterrizó en Londres –Arsène who?, tituló The Evening Standard-, se encontró con un equipo conocido por su defensa recitable de carrerilla –Dixon-Adams-Keown-Winterburn-, un par de los mejores jugadores ingleses en el ocaso –Platt y Wright- y un nueve y medio holandés rebotado del Inter. A ellos añadió un descarte del Milan, un defensa rubio con coleta que había jugado a sus órdenes en el Mónaco y al extremo izquierdo del mejor equipo de
Europa, y en su segunda temporada logró un doblete histórico.

De un tiempo a esta parte, el Arsenal ha cambiado su modelo de negocio, y ha preferido gastarse la pasta en hacer un estadio nuevo que en llenar de figuras el antiguo Highbury. Arsène ha sabido adaptarse a los tiempos, y ha montado un sistema por el cual ficha chavales talentosos a granel (bien bordeando lo ilegal, bien a golpe de talonario) y revende a los mejores por un pastizal. El Arsenal se ha convertido así en un club de fútbol que genera beneficios. El problema: el precio de la transformación ha sido renunciar a ser competitivos sobre el campo. Así que probablemente lo más meritorio es que hoy, después de cinco años sin un título que llevarse a la boca, nadie parece cuestionar la figura de Wenger, y prensa y público gunner se entregan de la mano, cumbayá, al integrismo wengeriano: In Arsène we trust.

Aunque si los propios aficionados gooners no cuestionan a su entrenador, nosotros tampoco lo haremos. Sin embargo, en FNF queremos escapar de las ideas precocinadas, e igual que en su día desmontamos el mito del Sevilla, hoy hacemos lo propio con el mito de Wenger, el mejor scout de Europa. Porque todos nos acordamos de Cesc, de Anelka o de Diaby, pero la lista de Wenger es mucho más larga. Por eso es por lo que decimos, alto y claro, que por cada conejo blanco que saca de su chistera el mago Arsène, hay una ristra de juguetes rotos detrás.

Jugadores vacíos

Antes, mucho antes de que Reina, Alonso, Luis García, Cesc y Torres salieran en “Españoles por el mundo”, el hijo de unos inmigrantes
gallegos en Alemania fue llamado a filas por el Arsenal. Alberto Méndez jugaba en un equipo alemán de quinta división cuando Wenger se enamoró de él. Al llegar a Londres para firmar el contrato Méndez, con más brutalidad alemana que mano izquierda gallega, le dijo a Wenger que sólo le había visto jugar una vez, que encima lo había hecho mal, y que si estaba seguro. Le repitió la pregunta hasta tres veces. Al final, Arsène le hizo firmar un contrato por cuatro temporadas, que el chaval se pasó íntegras en la grada. Tras pasar por Racing de Ferrol y Terrassa, Méndez apura sus últimos años como futbolista en Alemania. Los sábados por la tarde, cuando ve al Arsenal por Internet, mira la foto de su presentación, junto a Overmars y Petit, y se pellizca para convencerse de que no fue un sueño.

El dios Arsène volvió a dar muestras de humanidad cuando cometió dos veces un error llamado Christopher Wreh. Convencido de la valía del delantero por su propio primo, el mismísimo George Weah, Wenger se lo llevó a Mónaco, donde no pasó de fondo de armario.
Una vez en el Arsenal, Arsène intentó el tour de force llevándose al desconocido nigeriano a cubrir las bajas de Wright y Bergkamp. Y así fue como Christopher Wreh participó en el doblete gunner de la 97/98. Diez años después, Wreh había jugado en casi todas las divisiones inferiores de Inglaterra, más Holanda, Escocia, Arabia e Indonesia. Ha tenido su propia banda de música y hasta un blog en el que cuenta batallitas de su época en el Arsenal. Probablemente acabe sus días metido en política, si algún día su primo consigue salir elegido presidente de Liberia.

Con Anelka demasiado verde para la titularidad, había que buscar soluciones para la delantera. Llegado como regalo de Navidad de 1998, Diawara era un delantero que, a los 23 años, tenía a priori un currículum demasiado magro en Francia como para aspirar a jugar en el Arsenal. La prueba es que jamás marcaría un gol como gunner… ni después como marsellés, ni en el PSG, ni en el Blackburn Rovers ni tampoco en el West Ham. Tuvo que ser en el Racing de Ferrol –uno se pregunta si Wenger es accionista del club gallego- donde, tres años después de su último gol, el delantero africano volvió a encontrar el camino de la red. Después de pasar por Qatar, Turquía y Chipre, este año comparte plantilla bizarra con Alvaro Mejía y Paco Pavón en el Arlès-Avignon de la Ligue 1 francesa. Por increíble que parezca, Wenger sacó una plusvalía de 500.000 libras por semejante delantero sin gol.

Pero Arsène no siempre consigue hacer caja con sus errores. Francis Jeffers fue Rooney antes que Rooney. Un gol cada tres partidos jugados con el Everton parecían una razón suficiente para que el Arsenal pagase 8 millones de libras por él -tres menos de lo que desembolsó el Chelsea por Lampard el mismo verano- y le ofreciese 25.000 libras a la semana. Con Henry y Wiltord por delante, Jeffers sólo fue capaz de marcar cuatro goles en cuatro temporadas como gunner. Jeffers está hoy en el paro tras ser despedido por su último club, el Sheffield Wednesday, después contribuir al hundimiento del club en la tercera división del fútbol inglés.

Igual que Jeffers, Aliadière llegó jovencito al Arsenal. Igual que Jeffers, Aliadière es delantero. Igual que Jeffers, Aliadière está hoy en el paro.
Y eso que la carrera del delantero francés empezó en el mismo lugar que la de los dos mejores delanteros franceses de la historia del Arsenal: Clairefontaine. Aliadière, en cambio, se olvidó el olfato goleador en casa, y nunca se convirtió en el delantero que prometía ser. Después de heredar de Fabio Rochemback el dorsal 10 del Boro, el jugador se rompió la rodilla mientras pasaba una prueba con el West Ham este mismo verano, y lucha por recuperarse a tiempo para volver al circo en el mercado de invierno.

Hay una ristra enorme de jugadores a elegir, pero la historia se repite en casi todos los casos.
Los jugadores rebotados de los grandes equipos europeos suelen hacer una carrera digna en equipos mediocres. Del Arsenal, en cambio, todos salen vacíos, sin fútbol en sus botas. Como si Wenger les hubiese robado el talento. O como si nunca lo hubiesen tenido.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La última oración de Foreman

"Mis rivales no temen perder contra mí, tienen miedo de que les haga daño"

El gordo de Minnesota
Apoyado en su esquina, el reverendo Foreman observa a su joven rival aturdido sobre la lona. Alza la mirada hacia el techo del legendario MGM, gira su voluminosa carrocería y se arrodilla para iniciar una oración. George Edward Foreman acababa de ganar a los 45 años el título de los pesos pesados ante un rival 24 años más joven. Y se convierte en el nuevo héroe americano.

Pero no siempre fue un hombre querido. Foreman era despreciado por la crítica y el público estadounidense. Alí era el bueno, Frazier el feo y Foreman el malo. Su carácter huraño, distante y en ocasiones violento tenía la culpa de su falta de carisma. Como si el que para algunos es el mejor pegador de la Historia tuviese, además, que ayudar a cruzar la calle a viejecitas.

Su azarosa vida arranca en una ciudad del estado de Texas llamada Marshall. Allí, el joven George sobresalía por su afición a lo ajeno, a la mala vida. En ese tiempo, el Presidente Lyndon B. Johnson había iniciado un programa de trabajo para jóvenes llamado JOB CORPS. Ese sería el vehículo para la recuperación social del desorientado George. Fue allí donde conoció a Doc Broaddus, su mentor, el hombre que supo conducir su incontrolable energía hacia el deporte.

Con las enseñanzas de su nuevo consejero, Foreman conseguiría su primer éxito con la medalla de oro en los JJOO de 1968, los del Black Power, los de la lucha racial. Foreman no secundó la protesta, lo que le granjeó terribles críticas de una parte de la sociedad americana: la que amaba a Muhammad Alí.

Con el oro al cuello comenzó una carrera absolutamente demoledora. Cuarenta combates, cuarenta victorias, la mitad por KO. Era una fuerza de la naturaleza, se sentía imbatible. Su único defecto era la escasa resistencia, Foreman no era amigo de los combates largos. Tampoco los necesitaba. Fulminaba los duelos por la vía rápida, como hizo en su duelo ante Joe Frazier, el hombre que había venía de ganar al gran Alí.

En una de las mayores humillaciones que se recuerdan, Foreman aplastó a Frazier en dos asaltos. El mítico Howard Cosell le puso voz al drama con aquello de “down goes Frazier” (al suelo Frazier), suplicándole que acabara ya con aquella tortura pública. Foreman había despellejado al campeón y el cinturón era suyo. La misma suerte correría poco después Ken Norton, otro ilustre al que también despachó sin contemplaciones.

Jungle Rumble en Kinshasha

Foreman era invencible, o eso parecía. Porque en 1973 se cruzó en su camino Muhammad Alí, por entonces un veterano de 32 años que buscaba recuperar la gloria perdida. El escenario elegido para el combate era único: Kinshasa, en la antigua Zaire (hoy el Congo). Allí, en el llamado Jungle Rumble, Muhammad no bailaba, no se movía como una mariposa y picaba como una avispa, no.


Alí agonizaba en una esquina, agazapado ante la lluvia de golpes del campeón. La fruta estaba madura y Foreman castigaba sin piedad al ídolo ante 60.000 espectadores que gritaban aquello de Alí Bomayé (Alí mátalo), ya sin esperanzas de victoria.

Pero en el décimo asalto ocurrió lo impensable. Muhammad resucitó y en una combinación de golpes rápidos acabó con Foreman en la lona, perdido, sin aliento. El árbitro contó hasta diez y Big George perdió el título y la confianza en sí mismo. Fue la derrota más dura de su vida, pero aprendió una lección que aplicaría muchos años después.

Tras un año de retiro, Foreman regresó y venció de nuevo a un Frazier medio ciego por la paliza que le había infligido Alí. Pero de nuevo mordió el polvo ante Jeremy Young, que le ganaría a los puntos. Tras ese combate, ya en el vestuario, Foreman sufrió un desvarío casi místico. Tiempo después contaría lo ocurrido: “Un horrible olor vino a mí. Un olor que no he olvidado. Un olor de pena...Entonces mire a mi alrededor y estaba muerto. Así fue todo”. Y vuelta a empezar.

Otra oportunidad

Foreman lo dejó todo, volvió a su Texas natal y se convirtió en un ultra cristiano. Construyó su propia Iglesia, la Church of the Lord Jesus Christ, y comenzó a predicar la palabra de Dios. Compaginaba su ferviente actividad religiosa con un gimnasio de su propiedad, mientras su vida personal era un caos (tres divorcios) y los dólares ganados con su puño de hierro se esfumaban.

Esa y no otra fue la razón del regreso de Big George al Ring en 1987, con 38 años a sus espaldas y una forma física deplorable, casi ridícula para lo que un día fue. Gordo y lento, llevaba diez años sin pelear. ¿Alguien apostaba por él? No. Es más, su regreso fue tomado con sorna por los sesudos comentaristas de la época y el público en general, pero Foreman conservaba su mejor arma, unos puños de acero. Y con ellos cercenó rivales hasta volver a luchar por el título de los pesados ante Evander Holyfield.

Le había costado cuatro años lograr esa oportunidad y no defraudó. Aguantó como un titán los doce asaltos y perdió a los puntos, pero recuperó la credibilidad y se ganó el derecho a una nuevo combate. Su imagen pública era otra, casi nadie se acordaba ya de aquel tipo altivo y desafiante. Foreman era un hombre nuevo que encarnaba el sueño americano, ése por el cual en América cualquier hombre puede hacer lo que se proponga.

Su última oportunidad llegó en 1994, 26 años después de haber sido campeón olímpico, 21 tras su combate con Alí. Michael Moorer le había arrebatado el título a Holyfield y Foreman se presentaba como la víctima propicia por edad y sentido común. El viejo dinosaurio resistió ocho asaltos las embestidas de Moorer, más ágil y menos contundente. Le bastó aplicar lo aprendido frente a Alí en el 73: resistir para vencer.

Y llegó su momento. Una derecha alcanzó la mandíbula de Moorer, que cayó como un árbol talado, incrédulo ante lo que se le había venido encima. El deporte vivía uno de esos momentos inolvidables, que lo hacen tan grande. Foreman era, de nuevo, Campeón.

Con el título de nuevo adornando su oronda figura, Foreman buscó el no va más, el más difícil todavía: Mike Tyson, el Terror del Garden. Con buen criterio, las autoridades dieron largas al viejo campeón y le obligaron a disputar el título ante el número uno del escalafón, Tony Tucker. Foreman se negó y tras dos peleas de medio pelo contra un púgil alemán, le terminaron desposeyendo de sus títulos.

Negativas que daban por finalizada su carrera. O eso parecía. Casi con 50 años inició una nueva carrera por el cinturón, derrotando a un par de sparrings. La organización le ofreció entonces la posibilidad de enfrentarse al estrafalario Shannon Briggs con una pelea en el horizonte por el título de los pesados ante, nada más y nada menos, el británico Lennox Lewis. Ante un rival que contaba trece meses cuando Foreman consiguió su primer título de los pesados, Big George aguantó los doce asaltos. En una controvertida decisión los jueces le dieron la victoria a Briggs.

Y se acabó. Foreman no ha vuelto a subirse al ring, aunque hace cuatro años anunció que estaba entrenando para regresar. Tenía 55 años… Su mujer, con excelente criterio, se lo prohibió.